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de provenir sino de la confianza que le inspira su desígnio.

Ya se deja discurrir qué sobresalto no me causaría esta nueva. Aproveché los instantes para consultar con Morrice los medios de descubrir la conjuración y atajar sus progresos antes que se declarase; pero sin poder tomar providencia alguna, entra de Nuit en mi cámara, acompañado de unos veinte hombres, pistola en mano, jurando que nos matarían si intentábamos la menor resistencia. Preguntéle, con la firmeza que pude, qué razón le llevaba a proceder así.

-Calla-me respondió con la mayor insolencia ;tengo tanto derecho a mandar como tú el navío, y desde este instante renunciarás el título de general y capitán de que tú mismo te has revestido desvergonzadamente.

Repliquéle que lo haría cuando llegásemos al cabo de Buena Esperanza.

-Eso podría ser-me respondió con una sonrisa de mofa, pero no pienso dirigirme allá; si tú te hallas con bastante resolución para emprender el viajeahí tienes la chalupa que te conduzca con los que quieran seguirte.

Diciendo esto, nos arrancan del cuarto y nos empujan a la chalupa, que estaba pronta a mí, Morrice y su esposa. De Nuit dijo en alta voz: -Si alguno quiere acompañar al general, hable, que será bien admitido, y yo le daré mi protección.

Parte de la tripulación derramaba lágrimas al oir tal discurso, y otros insultaban nuestra desgracia.

Por último, se presentaron dos ingleses, llamados Sturmy y Withers, exclamando que querían más perecer de hambre con su capitán que vivir en la abundancia con un hombre como De Nuit; y al mismo tiempo tomaron sus mochilas y saltaron a la chalupa, cuyo cable mandó cortar De Nuit inmediatamente.

Nos habían dejado las camas, nuestras armas y