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Estuvo algún tiempo sin acertar a articular una palabra, y al cabo me declaró con un torrente de lágrimas, interrumpido por mil suspiros, que su padre le había prometido a una hija de un burgomaestre: que acababa de darle esta nueva, y al mismo tiempo le había mandado se dispusiese a partir dentro de un mes para casarse en Holanda. Este discurso fué para mí un rayo, sin poder ocultar la turbación ni aun pensar en hacerlo, pero mi amante la convirtió en alegría aprovechando la ocasión. «Ahora es cuando no puedo dudar de vuestra ternura me dijo :-vuestras promesas no han tenido tanta fuerza persuasiva como vuestro dolor: asentid desde luego, y sabremos estorbar que el destino que nos persigue tenga en adelante sobre nosotros el mismo imperio. No hay que hacer sino unirnos por un matrimonio secreto, y ponernos en manos de la Providencia. Todo cuanto puede suceder no es tan duro como el separarnos el uno del otro para siempre. Por otra parte, la pobreza no debemos temerla, pues, gracias al Cielo, sin los bienes de mi padre, tengo bastante para subsistir, si no con esplendor, por lo menos sin bajeza y con comodidad. Vuelvo a deciros que unáis vuestra suerte a la mía, y seré el más dichoso.» » Respondíle que la pérdida de los bienes era el menor de los males que podía acaecer a personas que bien se querían que la indignación de mi familia era un mal algo más pesado para mí. «¿Y es eso todo lo que os aflige?-me contestó.-Esos mismos parientes concurrirán a nuestros desposorios cuando se vean en la necesidad de hacerlo, o de subscribir a su deshonra. Tened resolución, no os pido más, la fortuna se pondrá de nuestra parte. Mi corazón atendía con demasiada viveza al partido de mi amante para que no me rindiera. Al día siguiente nos casamos en secreto delante de dos testigos: un amigo de su parte, y de la mía una criada que merecía mi confianza.