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sin vanidad que me adelantaba a las esperanzas de mis maestros y a los deseos de mi padre.

»Tenía cerca de once años cuando mi padre contrajo seguindas nupcias con la viuda del gobernador de Amboina, cuyas riquezas sonaban más que sus buenas cualidades, habiendo venido a Batavia por lucir su lujo en un paraje digno de ella. Los primeros días de este matrimonio se pasaron con satisfacción de todos. Trataba a mi madrastra como si fuera mi propía madre, y ella me correspondía como si fuera su propia hija. He aqui lo que me granjeé a costa de stimisión y condescendencia; pero esta tranquilidad no duró largo tiempo.

»Mi madrastra tenía un hijo, al cual amaba tanto cuanto menos lo merecía, y le había enviado a estudiar a Leiden, en Holanda. Este joven vino a Batavia como un viajero que con sus defectos trae los de los países que ha visto, y que aun no sabe ser vicioso con finura y aire natural. Tode era afectaciones ridículas, modales groseros, amor propio insufrible y un desenfreno que causaba horror. Imaginad ahora qué no sentiría cuando este indigno pariente puso los ojos en mí, declarándome una pasión que no convenía con nuestra afinidad. Respondíle de la manera que debía, mas su amor propio le hizo creer que yo no podría mirar su ternura sino como un favor insigne, y que si no un día otro decaería mi altivez, cuando Ilegase a perder aquel simple ceremonial de que se arma siempre el pudor de las jóvenes. En fin, fué preciso, para desengañarle, rechazar sus galanteos con desprecio y cargarle de desaires.

»Por este medio me libré de su importunidad, y creía haberse librado él también de su demencia; pero un día que me hallaba sola en mi cuarto y mi padre había salido al Consejo, entró a verme acompañado de su madre, cuyo aire embarazado denotaba