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+mo Morrice, porque siendo demasiado vivo no creyese la solicitud desesperada y tal vez se diese la muerte a sí propio. Entretanto vino a buscarme Sermodas y me propuso si quería salir de paseo, pues el tiempo estaba bueno y notaba en mí cierta agitación que cra preciso disipar. Cedí a los ruegos de aquel político sporundano, quien me condujo a las márgenes del rio inmediato a palacio, donde nos paramos algún tiempo sin hablar una palabra. Al fin, Sermodas interrumpió el silencio.

-General (pues así tenían costumbre de llamarme los sevarambos)-me dijo,-veo que sospecháis una denegación de nuestro soberano, y esto es sin duda lo que os inquieta. Ignoro lo que saldrá, no existiendo precedente de caso que se le asimile; y, como lo sabéis bien, es difícil de lograr una cosa que nunca ha sido pedida por ninguno; pero cuando el rey esté inexorable, hay un medio para hacer dichoso a vuestro amigo, tan infalible como que el mismo Sevaraminas dará la mano. Este consiste en llevar a la hermosa sevaramba a Sporunda, donde cuidaré yo de su fortuna y la de su esposo, con tal que vos y él me concedáis un favor de que depende mi sosiego. Me lo negaréis, pues?

No, mi amigo Sermodas-le respondi con presteza. Lo que depende de nosotros es un derecho de que podéis disponer a vuestro antojo. Tratad de mandarnos y nos obligaréis.

A estas palabras me miró con aire embarazado, y el rubor cubrió repentinamente su rostro. Por último, me dijo: -No sé qué concepto vais a formar de mí al escuchar lo que pasa en mi corazón; pero el destino me estrecha a revelaros lo que reservaría a cualquiera otro. Sabed, señor, que estoy enamorado de una extranjera de las que vinieron en vuestra compañía, y que yo no podré vivir contento mientras no me ame GULLIVER.