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los acusadores han perdido la razón y que sin duda es un demonio aéreo el que les hace hablar: llama la atención de todos para que reconozcan que no tiene ninguna de las marcas visibles necesarias a la convicción del delincuente; y a continuación se extiende en exageraciones pomposas acerca del nacimiento y servicios del gobernador. El discurso estaba lleno de artificio y elocuencia, tanto que los que ignoraban la conducta de aquel príncipe principiaban a creer que podía muy bien ser inocente. Pero al mismo tiempo se llega un filósofo al oído del rey, que manda se desnude a Suriamnas inmediatamente y se busquen en su cuerpo los indicios de su crimen. No hallándose ninguno, fué preciso recurrir a la segunda prueba, reducida a poner al reo en un baño lleno de agua.

¡Qué no se vió en este instante! No había poro en su cuerpo que no estuviese cubierto de alguna mancha, tumor o úlcera, que un filósofo había hecho invisibles por medio de un talismán de virtud extraordinaria.

Entonces no quedó ya duda de la convicción de Suriamnas. Mas los sabios que acompañaban al rey, indignados de que hubiese entre ellos quien prostituyese y envileciese su ciencia, valiéndose de ella para ocultar los crímenes a la justicia, se unieron de común acuerdo para buscar al malvado y le obligan con su magia a comparecer en su presencia. El rey les permite que le juzguen ellos mismos y le impongan la pena que les parezca acomodada. No tardó en pagar su delito. Apenas le habían interrogado cuando le vimos subir en el aire con una rapidez extraordinaria, lanzando aullidos horrorosos, y con la misma volvió a caer, haciéndose mil pedazos. No pareció bien al rey tanta inhumanidad; pero los filósofos le hicieron presente que a no ser con un ejemplo semejante no se conseguiría el escarmiento de un delito como aquél.

El abogado su defensor fué castigado con menos