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Señor, es muy cierto-le respondí;-no habría en el mundo gobierno preferible al nuestro si nunca nos separásemos de sus máximas fundamentales; pero un ministro corrompido, un partido encarnizado contra el otro, bastan para trastornarlo todo, cuando faltase la travesura necesaria para acomodar las leyes mismas a sus delitos.

- Partidos! ¿qué entendéis por este término?me replicó el rey.

Tuve quo explicárselo como mejor pude, a lo cual repuso si no había algún medio para extinguirlos.

Respondí que no lo conocía, pues nunca faltarían a la cabeza de los negocios gentes ansiosas de su ele vación, mereciéndosela o no, y éste era un manantial de facciones interminables.

Do esta manera fuimos en conversación hasta que llegamos a Timpiano, no teniendo por convenienta desengañar al rey de las falsas ideas de que estaba preocupado en orden a nosotros. El gobernador salió a recibirnos con una grande comitiva. Se llamaba Suriamnas, y descendía de una rama de la familia real, que en parte había sido la causa de darle el mejor gobierno del reino.

Pero había degenerado de su ascendencia, lo cual se miraba entre los sevarambos como se miraría un fenómeno extraordinario en Europa: motivo por el cual le recibió el rey con frialdad y displicencia.

Apenas entramos en aquella soberana ciudad, las calles retumbaban con los ecos de marabi, marabi, que en sevarambo equivale a justicia, justicia. Los habitantes, indignados de la violenta opresión en que el gobernador los tenía, se habían quejado secretamente al rey, y ésta era la principal causa de su viaje, que había ocultado bajo el pretexto de enseñarnos su reino. Los imprevistos clamores sacaron al rostro la conmoción de Suriamnnas. Procuró disimularla como pudo, y tuvo valor para dirigirse al rey, que en