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razón no había cosa de que no se hablase entre ellos sin rodeos, hasta pronunciar una mujer de una virtud severa palabras cuyo sonido sonrojaría a cualquier europeo; y al cabo-concluyó,-¿por qué hemos de formar nosotros semejantes escrúpulos? ¿Es cometer un crimen nombrarle, o nombrar ciertos instrumentos?

Bien pudiera haberle respondido que esta libertad estaba bien a unos pueblos inocentes como los sevarambos, y no a la corrupción de nuestras costumbres, si no hubiera tenido que marchar a dar órdenes a la comitiva real. Nosotros salimos también un rato después, y llegamos temprano a Tistani, que es la segunda ciudad del reino por sus riquezas, por la herinosura de su situación y sus edificios. El príncipe Moriski, que era el gobernador, vino con su séquito magnifico y numeroso a presentar las llaves a Su Majestad, que se las volvió con mucho agrado.

Al día siguiente nos embarcamos en chalupas ricamente adornadas para pasar a la isla de Kristaze, o de las Zorras, distante dos leguas, donde tiene el rey un palacio soberbio. Allí estuvimos quince días, que se nos hicieron cuatro por la destreza con que Su Majestad sabía variar nuestros placeres y ordenar otros nuevos a cada instante.

De este delicioso tránsito pasó Sevaraminas a Timpiano, donde me hizo el honor de decirme que tenía negocios secretos, de que aun el mismo Consejo no sabía nada. No tardamos más que un día en el camino y en todo él Morrice y yo gozamos el privilegio de llevar en medio a Su Majestad, quien nos hizo varias preguntas sobre la naturaleza de nuestro comercio y régimen de gobierno. Todavía me acuerdo con gusto del que Su Majestad manifestó causarle la sabiduría de nuestras leyes; repitiéndome muchas veces que había ignorado que las hubiese tan perfectas en Europa.