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sentes para la comitiva. Los más inferiores de mi gente recibieron en barras de oro valor tal vez de mil libras esterlinas; los oficiales fueron tratados a su proporción, y aun yo mismo, que no me dejo tentar fácilmente de las riquezas del mundo, tuve que aceptar las pedrerías sin número y sin precio que me presentaron, por no desazonar a los sevarambos si las rehusabamus A la entrada de una ciudad vi dos estatuas de oro decoradas de guirnaldas de flores, que parecía adorar el pueblo; cosa que me sorprendió en extremo por lo que aquella nación aborrece la idolatría.

Cuando llegamos al palacio que tenían preparado al rey y su corte, pregunté a Sermodas qué debería pensar de aquello.

-Son dos estatuas-me respondió-que representan a dos amantes desdichados, llamados Zirico y Malimna, habitantes que fueron de esta ciudad. Sus padres se habían opuesto siempre a su unión, y las penas decretadas contra un amor criminal los detenían para no contraer un matrimonio secreto. Estos obstáculos no desalentaron su constancia; juráronse una fidelidad eterna, y vivieron juntos de esta manera hasta la edad de treinta años, esperando cansar con su firmeza la crueldad de su suerte y el capricho de sus padres.

» Entretanto, su pasión se fortificaba a medida que pasaba el tiempo, y cada día les descubría nuevas gracias en las personas de uno y otro. Al fin, determinaron dejar su patria para pasar a casarse en otros climas, si podían escapar de la vigilancia de los que guardan las fronteras. Trataban de buscar los medios fluctuando entre la esperanza y el temor, cuando uno de estos espíritus aéreos, que incesantemente se ocupan en engañar a los hombres, vino en figura de sevarambo a ofrecer a Zirico que él le transportaria