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A este tiempo nos despedimos del sabio y del sacerdote, y volvimos a palacio pasmados de tantos prodigios como habíamos visto, sin saber casi si dormíamos o velábamos; de modo que nuestra gente no se cansaba de hablar de aquellas maravillas. Por último, nos dieron de cenar magníficamente, sirviéndonos unos vinos inuy delicados que produce el país.

Pero, no contento todavía el príncipe con los infinitos recreos que nos había proporcionado, luego que cenamos nos avisaron de su orden que había no sé qué cosa en el aire, que merecía bien la pena de que saliésemos a veria.

Al presentarnos en la galería de palacio, descubrimos un cielo iluminado, en cuyas nubes combatían dragones, serpientes y grifos, unos contra otros.

El pavor nos sorprendió al pronto, no habiendo uno de los nuestros que no fo tuviese por un presagio funesto pero Sermodas nos desengañó, diciéndonos que todo era efecto de un talismán inventado para divertir a Sevaraminas, quien había querido darnos parte en el buen rato.

Concluído este espectáculo, nos fuimos a acostar; mas yo no podía conciliar el sueño, repleto de imágenes raras de lo que había visto por el día, y que mo representaban los perniciosos efectos que hubiera producido el arte talismánico en un pueblo corrompido como el nuestro. ¡Qué fortuna, decía entre mní, que el Cielo no lo haya confiado sino a los virtuosos sevarambos! Acaso le hubiéramos hecho el instrumento de mil crimenes, y forzado la Naturaleza a ejecutar designios que la hubieran deshonrado; y con estos pensamientos me quedé dormido.