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era el colmo de la impudicia, pues las señales que desfiguraban a aquella pareja desdichada eran unos testigos irrecusables de su delito, fuera de la confusión que aparecía en sus rostros, y que al mismo tiempo que acababa de convencerlos, excitaba la compasión.

Sin embargo, no faltó abogado que por la esperanza del premio quiso atribuir aquellas deformidades a una causa distinta; mas el juez estaba dotado de demasiadas luces y equidad para absolver a los reos a los cuales condenó á destierro en la provincia gobernada por Brustana.

Debo confesar que vi con pena y sorpresa un infierno tal en un país que había creído un paraíso de delicias. Quise salir al instante, pero me detuvo otru reo que entró luego. Los abogados alegaron en latín, mediante un regalo que Sermodas les hizo, porque tuviera yo el gusto de entenderlos. Jamás pudo hablarse con rodeos más finos y artificiosos. Yo me figuraba estar en la sala de Westnunster al escucharlos.

El defendido era acusado de ladrón, delito bastante raro entre los sevarambos, y si su turbación no le hubiera vendido, el rostro no presentaba la menor prueba; con todo, no pudo escapar de la penetración del juez, y fué desterrado a la provincia de Marabo.

No pude menos entonces de manifestar a Sermodas cuánto me admiraba que en un gobierno como ei de los sevarambos se permitiese vivir a unas gentes tan peligrosas, cuando en Europa, a pesar de nuestra corrupción, apenas podíamos sufrirlos.

- Cómo no las hemos de permitir !-me respondió. Sabed que éstos son unos males necesarios, y que esta virtud que os parece natural en los sevarambos, acaso no alcanzaría a preservarlos del delito si el temor y la vergüenza no se uniesen alguna vez a ella. Esta es la razón por que el público concurre a la manutención de estas gentes, para que persigan a los culpables, y que los hombres de bien teman