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ta el suelo. Hicieron señal de que nos levantásemos, y entonces, tras una reverencia muy sumisa, dirigí al rey la arenga siguiente, en francés, que Su Majestad entendía y hablaba perfectamente: -Poderoso e ilustre soberano, veis a los pies de vuestro trono una tropa de hombres desdichados que hemos naufragado en las fronteras de vuestro Imperio, y que venimos, descosos de cumplir vuestras órdenes, a dar gracias a Vuestra Majestad por los muchos y señalados beneficios de que sus vasallos nos han colmado. Esto viene de Vuestra Majestad, pues es quien les inspira con el ejemplo esta generosidad y quien les suministra los medios de satisfacerla por la sabiduría de su gobierno. ¡ Plegue al Cielo remunerar su humanidad, concediendo a Vuestra Majestad una larga vida y un reinado tranquilo! Por nuestra parte, no cesaremos de ponderar a nuestros pueblos del Norte vuestra clemencia, vuestra sabiduría y todas vuestras demás virtudes, si volviéremos algún dia a nuestro país natal, aunque nos expongamos á parecer embusteros para con aquellos que no han visto, como nosotros, los prodigios de vuestro reino y de vuestro Imperio.

Sevaraminas, que me había escuchado con afabilidad, hizo una ligera inclinación con la cabeza y me respondió en francés de la manera siguiente: -Amo demasiado la justicia, gracias al Cielo, para faltaros jamás. No os he hecho venir sino para que me instruyáis de los usos y costumbres de una parte del mundo famosa por las ciencias y por sus descubrimientos, y para aseguraros que haré en vuestro favor cuanto pueda. Estad, pues, muy ciertos de que se os indemnizará de vuestras pérdidas y que algún dia miraréis como una fortuna lo que os ha parecido desde luego el resto de vuestra desgracia. Os permitiré viajar en todos mis Estados por donde quisiereis, a fin de que podáis conocer esta parte del -