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hacérnoslo más precioso mientras la esperábamos. La caza, la pesca, los halcones, el paseo, la música, la conversación y, en una palabra, toda suerte de placeres inocentes se sucedían los unos a los otros. En fin, la orden llegó, y nos volvimos a poner en camino con nuestro guía.

Caminamos por un país delicioso, donde el arte parecía haberse esmerado en adornar los presentes de la Naturaleza y hermosear sus obras. Vimos al paso osos, leopardos, leones, tigres; pero habían perdido en aquellos lugares su ferocidad natural, y no ha bía riesgo en acercarse a ellos. Las praderas no producian sino hierbas y flores olorosas, y los arroyos deslizaban sobre fua arena su agua pura y clara, que por sus rodeos infinitos parecía buscaba donde estancarse para siempre. En todas partes encontrábamos alimentos exquisitos y vinos que lisonjeaban el gusto sin alterar la salud. Las poblaciones por donde pasábamos nos pasmaban por su magnificencia, sin saber qué admirar más, si la hermosura de sus habitantes o su humanidad. Cada vez que consideraba mi fortuna quisiera que aquel río que habíamos atravesado hubiese sido el del olvido, para no haberme vuelto a acordar de lo que había visto en nuestro mundo. Solamente recelaba que nuestros defectos fuesen causa de que nos desterrasen muy pronto de un paraje donde hubiera querido acabar mis días, y si algo me aquictaba era la clemencia del rey de los sevarambos.

Llegamos a una ciudad cuyos habitantes nos acompañaron con música, hasta que salimos de su territorio. Los actores del concierto aun estaban todos en la flor de su edad, lo cual había notado en todas las poblaciones que dejábamos atrás, con no menos sorpresa que placer. Habiéndolo advertido Sermodas, me dijo acerca de esto que la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la música cran otras tantas ciencias a que se aplicaban los sevarambos desde su GULLIVER.