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II

EL AUTOR Y SUS COMPAÑEROS PASAN EL RÍO Y ENTRAN EN EL REINO DE LOS SEVARAMBOS. DESCRIPCIÓN DE SU VIAJE HASTA LA CAPITAL Y ACOGIDA QUE LES DAN.

El buque, que estaba pronto a recibirnos, era bastante parecido a aquellas barcas de Inglaterra que tiran los caballos, a excepción de que era más hermoso y sin comparación más grande. El comandante, que se llamaba Kibbas, fué a visitar a Sermodas, con quien tuvo una conferencia privada; y en seguida se llegó a mí, me besó en la frente, me abrazó y me dió el parabién de vernos entre los sevarambos, quienes estaban penetrados de nuestro infortunio.

Entretanto, nuestra gente se ocupaba en desollar las ficras que habíamos matado el día anterior para ofrecer las pieles al rey de los sevarambos, que prefieren estos presentes al oro y a la pedrería, cuya abundancia lo haría despreciable a aquellos pueblos, si su hermosura y su pureza no mantuviese alguna parte de su precio; y cuando todo estuvo dispuesto, nos mandó Kibbas nos bañásemos en una fuente que estaba detrás de nuestro alojamiento, y que hasta entonces no habíamos visto. Sus aguas tenían la virtud maravillosa de quitar las postillas y cualquiera otra deformidad del pellejo. Después nos vestimos, cuniplimos con otras algunas ceremonias que faltaban a nuestra purificación, y entramos en la barca, que nos pasó a la otra parte del río.

La costa estaba guarnecida por un sin fin de hombres y mujeres de una hermosura increíble, o por lo menos debo confesar que cualquier imaginación que hubiese formado por la pintura que me habían becho de ellos, se quedaba mucho por bajo de lo que vi en aquel instante. Luego nos dieron a cada uno