Página:Viajes de Gulliver (1914).pdf/318

Esta página no ha sido corregida
— 317 —

sporundanos cuando sus negocios los llaman a Sevarambia, y encuentran la barca del otro lado del río.

Justamente hacía una noche de aquellas que no se ven sino en los libros de los poetas, y en el país de los sevarambos. En cielo sereno y un aire apacible, ningún viento, una luna en su lleno, las estrellas brillantes, un silencio solamente interrumpido por el armonioso canto de diversos pájaros, de los cuales algunos son particulares a aquel clima. Todo convidaba a pascarse, y Sermodas, siempre complaciente, no se excusó a acompañarnos.

-A Yo no me cansaba de admirar tantas delicias, pero Sermodas a todo me respondía que ya vería otras cosas.

En este instante interrumpieron nuestra conver sación los aullidos de no sé cuántos animales feroces que muy presto vieron adonde estábamos. Los priineros que se nos echaron encima con un furor extraordinario fueron una porción de chacales, dos leones viejos y algunos leoncillos, a cuyos aullidos acudieron otras infinitas fieras. Como no habíamos prevenido el riesgo, estábamos sin armas, y tuvimos que recurrir a la huida. No miramos más que a recobrar nuestro alojamiento, desmintiendo el proverbio de que el miedo da alas, pues por lo que a mí toca puedo confesar que me quitó las fuerzas para correr.

Un leopardo agarró a Morrice por los faldones del vestido, y haciéndolos mil pedazos se los engulló, dándole entretanto lugar de escapar. A mí me tomó otro por detrás con tanta fuerza que consentí perder la vida porque el resto de nuestra gente no estaba ya en situación de poder socorrerme; pero, aunque desahuciado de todo auxilio, no me desanimé. Creciendo mis fuerzas a proporción del peligro, sujeté al leopardo por una oreja, y metiéndole un dedo en un ojo dió un terrible aullido y abandonó la presa. A breve rato volvió abriendo sus sangrientas garras y su boca in-