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cielo. No puedo yo explicar, ni aun a medias, la grata impresión que nos causó su vista.

Sermodas tomó de aquí ocasión para aleccionarnos sobre la conducta que debiamos observar con los sevarambos.

-Guardaos mucho-nos dijo-de extenderos en discursos superfluos delante de ellos, porque llegarán a aborreceros, juzgándoos indignos de pisar su suelo.

Tened gran cuidado de no manifestar singularidad alguna en vuestros modales. No permitáis juramento entre vosotros. No dejéis de reformuaros en lo que os adviertan, si acaso lo hicieren, y arreglad vuestras acciones por las suyas; os granjearéis por esta conducta su estimación y cariño. Usad con moderación de los favores que la Naturaleza prodiga en esta dichosa nación. Su generosidad los impelerá sin duda a haceros cuantiosos regalos. No rchuséis ningunu, porque mirarían vuestras excusas como una señal injuriosa de desprecio. No me ocurre por ahora más consejos que daros; las ocasiones me harán conocer si tenéis necesidad de otros algunos, y entonces estaré siempre pronto a concedéroslo.

Todos le dimos gracias por sus advertencias, y ofrecimos regirnos por ellas, pues, como se deja discurrir, no podíamos menos de hacerlo así y pasado esto llegamos a lo más bajo de las montañas, donde corre un río con cuya anchura no es comparable la del Támesis, el cual circunda el reino de los sevarambos.

Como cra ya puesto el sol, tuvimos que esperar al día siguiente para pasarle, porque no tiene puentecon el fin de que no sea tan fácil la entrada en el reino, temiendo que los extranjeros les lleven sus enfermedades y vicios, de que tienen los sevarambos una aprensión extraordinaria. Así, pues, tomamos el partido de descansar en unos bosques de jazmines y rosas, plantados ex profeso para comodidad de los