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"tos peligros nos rodeaban. Sin embargo, hicimos lo que acaso ningún europeo hubiera hecho, es decir, que cenamos con buen apetito, y dormimos como si no hubiera nada que temer.

A la mañana siguiente, bien entrado el día, volvimos a examinar las rarezas de la roca, en la que encontramos nuevos objetos de admiración, que la sorpresa o la obscuridad habían reservado de nuestra vista. Pero no los descubriré porque no parezcan increíbles, y el público receloso llegue a desconfiar del resto de esta historia. Paso a otro asunto en que no respondo tampoco de la credulidad de los críticos, y que sin embargo no puedo omitir.

Cuando los sporundanos se ven con algunas de aquellas manchas de que he hablado más arriba, van a bañarse en una fuente de agua amarilla que quita en el instante manchas, postillas y hasta los deseos viciosos, de suerte que quedan desde luego aptos para poder conversar con los virtuosos habitantes del otro lado de las montañas. Fuimos, pues, a purificarnos en este baño maravilloso, y yo puedo asegurar que me sentí al punto otro hombre, como igualmente confesaron todos mis compañeros. En suma, éste era el antídoto de las funestas aguas del Salmacis, que afeminaban a los hombres, y así todos nuestros pensamientos fueron puros, nobles y generosos desde que nos lavamos en sus aguas saludables.

Era bastante tarde cuando salimos del baño, y para recuperar el tiempo perdido no nos descuidábamos en avivar a nuestros unicornios, pero habiendo avistado un jaccal, animal a que tienen tanta antipatía como los galgos a las liebres, por más que hicimos para sujetarlos y traerlos a camino, nada pudo contenerlos, hasta que siguiendo al animal le tomaron y devoraron. Volvimos al camino, y al declinar la tarde descubrimos la deliciosa ciudad de los sevarambos, cuyas torres y chapiteles parecían tocar el