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servar aquella maravilla, mientras disponían la cena.

La roca parecía un diamante, labrada toda en un sin fin de facetas que recibían la luz y la variaban, devolviéndola las unas a las otras. En una palabra, con un poco de más fe en los romances que la que tengo, yo ine hubiera creído en los palacios encantados que se encuentran en ellos a cada paso. Pero Sermodas me manifestó que aquello no era otra cosa que el hielo endurecido y cristalizado, que los rayos del scl no habían podido derretir.

Pusímonos a cenar con una tranquilidad que no pensábamos pudiese ser alterada, como lo fué casi en el mismo instante. Apenas nos habíamos sentado a la mesa vino un leopardo perseguido por un gamo montés, que tenía su autro en una de aquellas concavidades, y como el ruido de nuestra gente los había espantado, y la entrada de la roca estaba cerrada con nuestros bagajes, no acertaban a salir. Llenos de temor, echamos mano a las armas, aguardando que las dos fieras nos acometiesen; pero Sermodas no quiso vernos mucho tiempo en tanta inquietud.

--Cobrad aliento-nos dijo,-y estad quietos; veréis una cosa que os pasmará.

Entretanto las dos crueles fieras principiaron a grunir, y se agarraron. Tan pronto estaba encima la una como la otra, y seguramente la lid hubiera terminado con la muerte de alguna de ellas si Sermodas no hubiera hecho señal a dos de nuestros ingleses para que les tirasen. El leopardo cayó muerto, y el gamo huyó a su antiguo antro, donde le dejamos bien encerrado hasta el día siguiente; mas el pobre animal no sobrevivió largo tiempo a su enemigo, pues así que amancció, no bien le habíamos echado fuera del agujero, instigándole con fuego, cuando fué a dar adonde estaban otras bestias feroces, que le mataron y devoraron a nuestra presencia.

Esta relación da a conocer suficientemente cuán-