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cho a los caballos. Por la tarde nos hallamos al pie de las montañas: fuímos a dormir a Sporogunda, que nos pareció ciudad magnífica, y donde nos trató perfectamente Astorbas, hombro muy inteligente en el griego y latín. Allí nos detuvimos tres días: vimos la ciudad, en todo muy semejante a las demás plazas de los sporundanos, pues entre ellos un modelo sirve para todas; pero ésta se distingue por sus vastos canales para regar las llanuras vecinas: obra prodigiosa que en Europa hubiera costado cincuenta millones, y aquellos habitantes no han expendido un chelín en ella, porque cada uno ha contribuído con su trabajo gratuitamente. No es decir por esto que no tengan minas de oro y plata muy ventajosas a las mejores que conocemos, sino que ellos sólo se sirven de estos metales para el adorno de los templos y las casas, y su comercio consiste todo en cambios.