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he focado, decidlo. Y para que la justicia quede satisfecha recibiré gustoso los golpes que os destinaba, teniéndome por feliz de sufrirlos por una mujer a quien amo más que a mí mismo.

La hermosa delincuente no dió otra respuesta al pronto que sus lágrimas. Pasado un rato, interrumpió su triste silencio de este modo: -Mi querido Bramista-le dijo,-aparta tus ojos de mí. Qué he de encender ya en ti sino la cólera, ni qué puedo excitar sino tu indignación! Sea cual fuere el motivo que me arrastrase al crimen, ya delinquí, esto basta, aunque por otra parte mi corazón no consintiese. Pero vive seguro de que ha largo tiempo que me atormenta un arrepentimiento tan doloroso como sincero, y que quisiera morir en este instante para convencerte.

La tierna escena fué terminada por el esposo.

Desnudóse, y con semblante placentero recibió los golpes destinados a su mujer, mientras ella parecía por su decaimiento un reo condenado a muerte, al ver lo que el generoso Bramista padecía por indemnizarla. Debo advertir que la costumbre de Sporunda permite a cualquiera sufrir el castigo que había de ejecutarse en otro.

Volvimos del espectáculo con toda la tristeza que era regular inspirarnos. Por la mañana entramos en nuestras lanchas pintadas, que fué preciso atoar a fuerza de caballos por el ímpetu de la corriente. Percibíamos a gran distancia unas altas montañas, que por su situación creyó De Hayes ser las mismas que había descubierto cuando partió de nuestro primer campamento para explorar el país. Al día siguiente dejamos el río, y continuamos nuestra ruta por tierra hacia el Sud: los oficiales en coche y la tripulación en otros carruajes casi iguales, menos en el adorno. Paramos a comer a muy corta distancia, porque el camino iba siempre subiendo y fatigaba mu-