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como el día anterior, con ramos en las manos y las guirnaldas de sus esposas puestas; todo según las costumbres de los pueblos orientales. Llegaron al altar y consagraron sus guirnaldas y trofeos al Ser Supremo, al Sol, al rey y a la patria, después de lo cual se retiraron con las mismas ceremonias. Esta duró tres días.

Llegó la hora de dejar a Sporunda y pasé, acompañado de mis oficiales, a dar las gracias a Albicormas por los singulares favores que nos había dispensado.

-Vas a ver una ciudad tan superior a ésta-me contestó, como los resplandecientes rayos del sol a la débil y opaca luz de la luna. Así, pues, os encargo, por vuestro propio interés, que observéis en todo sus instrucciones.

Nos abrazó tiernamente, y nos despidió con expresiones del mayor cariño.

Al día siguiente nos embarcamos en unas lanchas pintadas y entramos en el río meridional, cuyas riberas nos presentaban la vista más deliciosa. Pasamos la noche en Sporuma, pequeña ciudad situada en el territorio de Sporunda. El gobernador, que ya sabia debíamos llegar allí, tenía dispuesto cuanto podíanos necesitar para nuestra comodidad; salió en persona a recibirnos, manifestándonos tal bondad, que sin duda nos hubiera admirado, a no acabar de experimentar la humanidad de los sporundanos. Pero no vimos allí cosa notable sino el castigo de catorce delincuentes; cinco convencidos de adulterio; uno de homicidio; dos mujeres que debían ser castigadas a voluntad de sus maridos por haber violado la fe conyugal; otras tres acusadas de haberse anticipado a los derechos del matrimonio, y los tres restantes eran los cómplices de éstas, los cuales estaban condenados a tres años de prisión y casarse después con