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nuestras poblaciones bastante bien surtidas de todo lo necesario para la vida, y creo que no os arrepentiréis por lo que dejáis.

Después de una frugal comida, pusimos nuestra gente y cargamento en los navíos de Sermodas, mientras el almirante pasaba a buscar a los que se habían establecido del otro lado de la bahía. Finalmente, en tres días llegamos a Sporunda. El recibimiento fué como el que hicieron a Morrice, excepto que a De Hayes y a mí nos dispensaron algunos honores más. Cuando fuí a visitar a Albicormas se levantó de su silla, y me abrazó tiernamente, dándome el parabién de mi arribo, y acabados los cumplimientos, por medio de un intérprete hablamos de los negocios de Europa, que Albicormas trajo a la conversación. Pero sin embargo del informe de Morrice, yo quedé absorto de las luces que encontré en aquel señor: entendía el latín y el griego, y tenía una exacta idea de nuestros intereses. Hablamos alternativamente en distintos idiomas de Europa, y en todos se producía con tanta propiedad que cualquiera hubiera creído que había estado toda su vida entre curopeos, y aun nosotros mismos no le hubiéramos tenido por extranjero. En fin, me explicó varias costumbres de la nación, sobre las cuales le pedí me ilustrase.

Así que llegó nuestra gente les dieron a todos vestidos como los de los compañeros de Morrice; y ciuco días después de nuestro arribo me dijo Sermodas que si teníamos algo de curiosos, se preparaba un espectáculo que sin duda nos interesaría que se iba a celebrar el Osparenibon, o las ceremonias del matrimonio, que era la gran fiesta de los sporundanos, la cual se celebraba cuatro veces en cada año.

Para asistir a ella, mis oficiales, la comitiva y yo nos pusimos los vestidos nuevos que nos habían regalado, y echamos a andar con Cashida y Bonascar, nuestros conductores, hacia el palacio del goberna-