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verencia inclinando un poco el cuerpo: la segunda al medio de la sala algo más sumisa, y la tercera hasta el suelo al llegar a los balaustres dorados del trono, que era la ceremonia que nos habían prescripto. El Consejo nos volvió la cortesía con alguna sumisión, pero Albicormas nos pagó haciendo una pequeña deinostración con la cabeza.

»Entonces se acercó Sermodas a la balaustrada y me condujo de la mano para decir al gobernador quiénes éramos en sporundano: lengua que me pareció bastante semejante al griego corrompido que hablan hoy en la Morea. Cashida entró sucesivamente y refirió cómo nos había encontrado, interpretándome al mismo tiempo Bonascar su discurso reducido a esto : que habiendo salido para las islas situadas en el lago a celebrar una fiesta aniversaria, nos habían avistado al caer la tarde, y no habían querido manifestarse hasta la media noche por no ser vistos. En efecto, aquellos pueblos se precaven cuanto es posible de que los europeos los descubran, porque nuestras costumbres no turben su tranquilidad y alteren aquella virtud pura que se profesa en Sporunda.

»Concluído el informe de Cashida, se levantó Albicormas de su silla, y nos aseguró en su lengua que nos procurarían con la mejor voluntad cuantos placeres inocentes dependiesen de su mano, dando orden a Sermodas de que nos acompañase y protegiese mientras permaneciésemos en Sporunda; y tras este cumplimiento despacho un mensajero a Sevarinda a pedir al rey, o virrey del sol (como dicen ellos), sus órdenes respecto a nosotros. Albicormas es un hombre de buena cara, pero algo corcovado, defecto que noté con bastante admiración muy común entre las personas distinguidas de ambos sexos, que fuera de esto son bien parecidas y dispuestas. Pregunté a mi amigo Cashida si aquella deformidad era particular a cierta raza o provenía de algún accidente. Respon-