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no ser por esta propensión natural de todos los hoinbres que un poeta expresó en los siguientes versos :Nescio qua natale solum dulcedine cunctos Ducit, et inmemores non sinit esse sui.

Teníamos caza y pesca aunque hubiera sido para triplicado número de personas. Echamos de menos la sal por algún tiempo que nos faltó, pero después nuestro almirante, entre otras cosas, llevó sal para un siglo que hubiéramos vivido allí, la que formaba el mar batiendo en los cóncavos de las rocas, donde el sol la petrificaba muy breve. Unicamente dos cosas eran las que nos inquietaban todavía, a saber, el que se acabase la pólvora, de que gastábamos cada día gran porción, y el ver que se iban destruyendo nuestros vestidos, barcos y cordajes. En cuanto a lo primero, tenía dadas mis órdenes para que no la malgastasen, sin embargo de que teníamos bastante provisión; pero respecto a lo último no hallaba otro remedio ni esperanza que la Providencia, como acostumbrado que estaba a sus beneficios.

Entretanto continuábamos salando nuestra caza, tortugas y pesca, para aumentar los víveres; y teniendo todavía varios barriles de habas y guisantes, determinamos hacer una sementera por ver cómo probaba. Cortamos una porción de ramas de árboles, las queinamos sobre el sitio señalado, para engrasar la tierra, y en seguida sembramos nuestras legumbres, dejándolo después a la voluntad del que únicamente podía dar la prosperidad.

En aquel tiempo sucedió un caso que merece ser contado. Un día que nuestros cazadores se habían internado en el monte más de lo ordinario, mataron tantas bestias que se vieron en la precisión de dejar dos en el bosque colgadas de las ramas de un árbol, creyendo encontrarlas allí después; pero habían echado la cuenta sin la huéspeda. Al día siguiente, vol-