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los hombres, que se aumenta al paso que se envejecen.

— Veintiún días llevamos de este rumbo sin descubrir tierra, ni poder observar a qué latitud nos hallábamos a causa de la niebla, que no dejaba de darnos algún cuidado. La mañana siguiento avistamos una embarcación. Abordamos por la tarde y reconocímos ser un buque holandés que había salido de Batavia para la Nueva Holanda, y que habiendo principiado a hacer agua desde aquella misma mañana, desesperanzados ya de poder salvarlo a pesar de las bombas, habían embarcado lo mejor de sus efectos y provisiones en las chalupas para escapar, si les daba lugar su apuro, mediante nuestro socorro. En efecto, les ayudamos en cuanto pudimos, de suerte que antes de anochecer quedó evacuado el buque de todo lo más precioso, y abandonándole a las olas se sumergió al momento.

Un número tan considerable de huéspedes nos tonía con demasiada estrechez, lo cual dió motivo a cierto susurro entre algunos bárbaros sobre si se había hecho bien o mal; y lo peor fué que se levantó una fuerte tempestad del lado del Norte que nos obligó a virar al Sud, y comenzando también a hacer agua nuestro navío estuvimos toda la noche con una sola vela de mesana, esperando a cada instante ir a fondo.

Por la mañana sobrevino una niebla densa que apenas nos permitía descubrir como dos veces el largo del buque, y en seguida notamos una calma que parecía le dejaba ir con la corriente; pero a las ocho reconocimos que ya no se movía. Esta desgracia renovó los temores de la noche precedente, no contando ya ninguno con la vida. Por mi parte, confieso que me arrepentí más de una vez de haber recibido a bordo los holandeses; pues algunas mujeres, que llevaban consigo, daban tales alaridos que no podíamos enten-