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sencia tan larga que esperaba con impaciencia oir la relación de rais aventuras. Entonces conté cuanto me había pasado, según se ha visto, sin disfraz alguno; sólo añadi, para granjearme más aprecio, que aun estando en mi casa no podia apartar de mí la memoria de las delicias que había gozado en la corte de Su Majestad, y por desgracia había perdido. Que no pude lograr quietud hasta encontrar navío pronto, y aquellos compatriotas que me acompañasen a Brubdingnag; pero que ya no tenía qué descar, pues mi fortuna había triunfado de la tardanza.

Así que oyó el rey que nuestro navío nos esperaba en la costa, quiso enviar por él a doce hombres de su guardia, como lo hubiera hecho a no haberle suplicado yo dejase pasar un día o dos para poder ir con ellos, y, tomando la medida, disponer una especie de carro en que viniese sin quiebra.

Seguimos hablando sobre materias diversas hasta que tuve la ocasión de pedir la libertad de Glumdalclitch, que me fué concedida en el instante. ¡Cual sería el gozo de aquella infeliz prisionera cuando no pudo contenerla todo el respeto que consagraba a la corte para arrojarse a mí, sacarme del plato donde estaba y ponerme en su pecho. Saltaba de contento con tanta fuerza que me hallé mojado, como si hubiera caído en el inar. Juzgue cualquiera cómo me vería, mas era preciso perdonar el mal rato por la ternura que lo motivaba.

A la hora de recogerse nos llevó a todos a su ama y nos colocó en buen orden sobre la almohada, tapándonos después con su pañuelo doblado, el cual nos sofocaba tanto que tuve que decirle que lo desdoblase si no quería encontrarnos ahogados; y como estaba inmediato a su oído pude seguir una larga conversación con ella, en que me contó cuanto había pasado en la corte durante mi ausencia y la pesadumbre que le había causado mi desgracia.