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brazos, descolgándose después a la mesa con mucho trabajo.

- Nada hubiera sucedido si nuestro huésped no hubiese tenido que salir del cuarto a pedir la comida, dejándonos encerrados por temor de que nos viesen; pues era tan precavido que, sin embargo de ser parienta de su mujer el ama de la posada, nos escondió debajo de una faldilla de su jubón al entrar en ella, mirando a que no llegase la noticia a la corte antes que nosotros.

La misma precanción observaba siempre que encontrábamos a alguno en el camino; y desde la media tarde que principiamos a dar vista a la ciudad, no nos volvió a sacar hasta que llegamos a las puertas do palacio.

El portero quiso letener a nuestro conductor, quien, flamándole aparte, levantó la faldilla y le enseñó lo que llevaba. Este portero era el mismo que había en mi tiempo, pues los brobdingnagenses no suelen deshacerse de un criado a menos que se halle convencido de alguna picardía, que rara vez sucede; y como me conoció, no obstante la diferencia de vestido, pasó inmediatamente a dar la agradable nueva al rey y su esposa, que estaban a la mesa, y mandaron que me llevasen a su presencia sin detención.

Desde luego conocí en el semblante de Sus Majestades el gusto que les causaba mi regreso, tanto mayor por llevar conmigo otras siete criaturas de mi propia especic. El rey nos fué tomando uno por uno, y colocándonos en fila en un plato sobre la mesa, para observarnos nicjor. La reina, que era corta de vista, no apartaba su anteojo de la cara, y la mayor parte de gentileshombres y damas hacían lo mismo, pues los cortosanos de Brabdingnag, son unos fieles imitadores de la real familia.

Díjome el rey, con una sonrisa muy graciosa, que la corte había estado sumamente afligida por mi au-