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hacer de la necesidad virtud y esperar que la marea subiese. Entretanto los marineros se entretuvieron en hacer con los remos y velas una especie de parasol, porque el calor era bastante, y yo me fuí con los dos amigos a dar un pasco. No nos habíamos alejado mucho cuando descubrimos un volumen de una altura extraordinaria, que bien pronto conocí era un brobdingnagense. Il pavor se apoderó de mis dos compañeros, y venciendo a la razón echaron a correr.

Mas hubiera querido que el Cielo cegase antes quever la muerte de dos amigos tan perfectos! Cuando más se esforzaban en huir, cayeron sobre ellos dos halcones del país, los afianzaron en sus garras y se remontaron con la presa. Yo caí acongojado a la vista de tal catástrofe, y al volver en mí me hallé en la mano de un brobdinguagense. Este era un pobre pescador que me había visto en la corte de Lorbtulgrud, y estaba gozosísimo de haberme encontrado después de una ausencia tan larga.

Viendo mi desconsuelo por la pérdida que acababa de sufrir, el buen hombre me animaba con tanto juicio y dulzura que no me cansaba de admirarle. Fué preciso decirle dónde había dejado mi gente. Se dirigió apresuradamente al mar, y aunque al desenbrirle se arrojaron todos de tropel a la chalupa, de poco les sirvió, pues echándola una mano la puso debajo del brazo y la sacó a tierra. Procuré alentarlos en cuanto mi estado lo permitía, hasta que poco a poco fueron recobrando su espíritu.

El brobdingnagense, muy alborozado, nos llevó a su casa, nos dió de cenar grandemente con una pierna de alondra, y después nos hizo una cama muy buena en la cuna de sus hijos. Todos durmieron con mucho sosiego, excepto yo, que no podia conciliar el sueño con mi pesadumbre, y no le estuvo mal a alguno de la otra banda, pues al romper el día vi una mosca sobre el borde de la cuna que se preparaba a