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Por otra parte, estaba desazonado de no poder conversar, como antes, con mis dos amigos a cansa de mis ocupaciones, que no me dejaban tiempo. Y para decirlo de una vez, yo sabía bien que el país de los houghnhams estaba entre los cuarenta y tres y cuarenta y seis grados de latitud meridional en el mar de las Indias, y la ruta de la China no era ésta.= ciendo que era costumbre entre los españoles proteger a cualquiera que se acogiese a ellos.

Entonces me eché a buscar modos de que tuvicsen efecto mis ideas, estando bien cierto de que mi gente no me dejaría jamás desembarcar en la isla de los houghnhnnis, si tenía la fortuna de encontrarla.

. Sin embargo, quise sondear a algunos de los oficiales diciéndoles, como por pasatiempo, que había estado en una ocasión en cierta isla a tal latitud, donde había rainas de oro que no se conocían iguales, pero sin descubrirles cuáles eran sus habitantes; sólo sí les declaré que eran unos indianos pacíficos, amantes del comercio, y tras esto forjé una relación (a pesar de mi aversión a la mentira) tan bordada de apariencias de verosimilitud, que ellos le dieron crédito, ofreciendo desde luego dar parte a la tripulación, como en efecto hicieron aquel mismo día, y la especie fué bien recibida de todos. Nos dirigimos hacia aquella latitud sin encontrar nada de particular, hasta que pasamos a Madagascar, señalado en algunos de nuesiros mapas con el nombre de San Lorenzo.

A la vista de esta isla descubrimos diferentes pedazos de un navío destrozado, al parecer inglés por los indicios del león que había tenido en su proa. Dos leguas más allá advertimos que una chalupa nos haeía señas de acudir a su socorro, y apresurándonos a abordarla encontramos a su gente en tan lastimoso estado como que en seis días no habían comido nada, resueltos ya a que se sacrificase uno por los demás; con cuyo fin habían echado suertes una hora antes,