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mi lengua materna a ratos perdidos. Hubiera confiado la copia a mi amigo el señor Simpson, editor de los tomos precedentes, si hubiese logrado verlo; mas sospecho que huye de mí creyéndome resentido porque omitió varios artículos de importancia, quo a la verdad le perdono con gusto (bien que el volumen hubiera aumentado excesivamente), si imprimiendo mi derrota había de excluir un sinnúmero de términos marinos entendidos sólo de los del arte, gentes a quienes profeso una veneración extremada. Y también es cierto que si lo hubiese sabido a tiempo, hubiera alborotado tanto por conservar estos lugares como un autor nuevo a quien los actores hábiles y expertos hacen ver al primer paso del ensayo que cs necesario cercenar tal y tal discurso de su tragedia ; pues, al fin, es preciso confesar que todo padre es amante de sus hijos. Mas esto ya pasó, y ahora se trata de un nuevo viaje.

En las últimas páginas del anterior se lee que permití a mi mujer sentarse a la mesa conmigo; pero me cansé muy presto de su compañía, arrepintiéndome de mi condescendencia tal era mi aversión a ella, cada día mayor.

G No era así con mis dos caballos. Mi afición crecía por instantes, y no encontraba gusto igual al de mirarlos. El alazán, que era el mayor, descubrió des.de luego mucho instinto, y en ambos se advertía a primera vista un grande horror a la despreciable raza de los yahous. Bien creo pensarán algunos que me tomé en esto una tarea demasiado ardua, pero me era tan grata, como conforme a la diversión que en ella me propuse. Mas ¡oh Cielos! cuál era mi dolor al ver seis de estos hermosos animales tirar de un ridículo yuhou dentro de una carroza dorada. Creo que un espectáculo tal me hubiera sacado de mí mismo si de la otra parte no se me hubieran presentado otros dos robustos yahous cargados con otro animal