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INTRODUCCION



Nuestra razón es bien frecuentemente un ministro lisonjero de nuestras locuras. En todas edades hacemos el papel de locos. En la infancia, cuatro juguetes y un chupador nos llevan todo el tiempo. Desde la edad tierna hasta los veinte años, cada uno es un siglo de impaciencia por llegar a este punto. Ya quo nos vemos hombres, hasta la edad de cuarenta años miramos como perdidos todos los instantes que no se dedican a un torrente de locuras, que impropiamente llamamos placeres. De cuarenta a sesenta vamos concibiendo desprecio de las flaquezas de la juventud, y principiamos a pensar en el arrepentiruiento, porque no podemos cometer los mismos desórdenes y extravagancias. Finalmente, si nuestros días pasan de este término, volvemos por nuestros pasos contados a una segunda infancia, según este verso de Catón :

Nam quicumque sener sensus puerilis in illo est.

Y he dicho bastante sobre este lugar común de moral.

Yo me aturdo de que los censuradores quieran encontrar por fuerza intenciones ocultas en mis relaciones precedentes, no habiéndome propuesto otra cosa al escribirlas que refrescar mi memoria, y considerar, aun con placer, los innumerables peligros de que me ha sacado la Providencia.

Es de temer que mi suerte sea en algo semejante a la del famoso Cristóbal Colón. Cuanto publicó de un nuevo mundo, todo se tomó a bufonada, hasta

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