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¿qué carnicería no harían con sus dientes? ¿Cuántos vientres y cabezas destriparían con sus enormes cascos? Ciertamente que no hay houyhnhnm a que no se pueda aplicar lo que Horacio dijo del emperador Augusto : Recalcitrat undique tutus.

Lejos de pensar en su conquista, quisiera más bien empeñarlos a que nos enviasen algunos de su nación para civilizar la nuestra, esto es, para hacerla más racional y virtuosa.

Otra razón que me detiene para opinar por la conquista de este país, mirando a aumentar los dominios de Su Majestad Británica con mis afortunados descubrimientos, es que, a decir verdad, el modo con que se suele tomar posesión de un nuevo país descubierto me causa algunos leves escrúpulos; aunque también confieso que la nación inglesa está libre de semejantes cargos. Siempre ha hecho brillar su justicia y discreción en la fundación de sus colonias, pudiendo servir de modelo sobre este punto a toda la Europa. Bien notorio es nuestro celo en dar a conocer la religión cristiana en los países recién descubiertos y felizmente invadidos, como que para poner en práctica las leyes del Cristianismo cuidamos de enviar misioneros muy piadosos y edificantes: hombres de buena vida y costumbres: mujeres y niñas irreprensibles y de virtud acreditada: valientes oficiales, jueces integros y principalmente gobernadores cuya probidad esté experimentada, que funden su felicidad en la de los habitantes del país, que no ejecuten la menor tiranía, ni se dejen llevar de la codicia, ambición y concupiscencia, sino solamente aspiren a la gloria e interés del rey su señor.

¿Y cuál sería el que pudiese resultar de los países cuya descripción he hecho? ¿Qué ventajas compen-