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mandsólo deseaba complacerme, y continuó hablándome del modo más cariñoso, tanto que ya principié a mirarle como un animal con algo de razón. Te conté en pocas palabras los sucesos de mi viaje, la sublevación del navío de que era capitán, la determinación de abandonarme en una ribera desconocida, y que había pasado tres años con los houyhnhnms, caballos habladores, razonantes y racionales. El capitán lo tuvo todo por sueño y embuste: esto me irritó demasiado, y me obligó a decirle que había olvidado la costumbre de mentir desde que había dejado a los yahous de Europa: que entre los houghnhnms era desconocida, aun de los niños y criados, y finalmente que creyera lo que quisiese, en la seguridad de que estaba pronto a satisfacer sus objeciones y muy confiado de poder convencerle.

Era hombre my prudente, y habiendo probado mi juicio con preguntas diferentes, reconoció que cuanto le decía iba arreglado, y consiguiente uno a otro en cuya vista comenzó a formar un concepto más honroso de mi sinceridad, tanto que me confesó haber encontrado en otro tiempo un marinero holandés, el cual le refirió que con el motivo de hacer aguada había tomado tierra acompañado de otros cinco en cierta isla o continente del sud de Nueva Holanda, desde donde habían divisado un caballo arreando un rebaño de animales totalmente semejantes a los que le había pintado bajo el nombre de yahous, y otras muchas particularidades que no tenía presente por el poco aprecio que había hecho de la relación suponiéndola falsa.

Tras esto me pidió que, pues hacía vanidad de amar la verdad, le diese palabra de honor de seguir en su compañía todo el viaje, sin volver a pensar siquiera en conspirar contra mi propia vida, pues de otro modo me llevaría preso hasta Lisboa. Ofrecí cumplirlo, aunque protestando siempre que primero