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su capitan me recibiría a bordo y me llevaría gratis a Lisboa, de donde podría pasar a Inglaterra: que en el instante iban dos a darle parte de la novedad para tomar sus órdenes, y entre tanto no me atarían si les daba palabra de no escaparme. No les respondi otra cosa sino que hicieran de mí lo que quisiesen.

Todos descaban con ansia sabor mi historia, y notando la estéril satisfacción que daba a sus reconvenciones, sospecharon que mis infortunios me habían turbado el juicio. Al fin, volvió la chalupa después de dos horas con la orden de llevarme a bordo inmediatamente; y por más que les pedi arrodillado a sus pies que me dejasen seguir mi camino y no me priva sen de mi libertad, lo que logré fué que me atasen para ponerme en la chalupa basta llevarme al camarote de su comandante.

Este so llamaba Pedro de Méndez, hombre tan generoso y político que, rogándome le dijese quién era, me preguntó si quería comer o beber alguna cosa, asegurándome que sería tratado como él mismo, añadiendo otros unil ofrecimientos de tanta ainistad que yo estaba aturdido de encontrar una bondad semejante en un yahou; pero mi humor triste, mohino y fastidioso sólo me permitió responderle que tenía provisión en mi canoa. Sin embargo, mandó que me sirviesén un pollo con un vino excelente, y después me señaló cuarto y cama, todo muy bueno.

Una vez en el camarote, me tiré sobre la cama co la misma disposición que estaba, con la idea de escaparme a nado mientras la tripulación estuviese comiendo por no verme entre yahous, y hubiera tenido efecto media hora después si no me hubiese detenido un marinero y dado aviso al comandante, que mandó me encerrasen en mi camarote.

Luego que dejó la mesa entró a visitarme, cuidadoso de saber qué causa me había arrojado a un designio tan desesperado, volviéndome a asegurar que