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var conmigo algunas armas ofensivas y perjudiciales a la seguridad de sus dominios. Yo le respondi que estaba pronto a desnudarme en su presencia y vaciar todos mis bolsillos: a esto me replicó que por leyes del Imperio era forzoso que hiciesen el reconocimiento dos comisarios; que bien sabía no podía ejecutarse sin consentimiento mío, y que en prueba del buen concepto que de mi había formado vería cómo ponía sin recelo á sus comisarios en mis manos. Que si éstos me recogían alguna cosa, me sería devuelta fielmente cuando me retirase del país, o se me pagaría completamente su valor por el precio que yo mismo pusiese.

Con efecto, vinieron los dos comisarios a hacer la visita, y yo mismo los introduje en un bolsillo de la casaca, y sucesivamene en los demás.

Estos oficiales iban prevenidos de papel, tintero y plumas, hicieron un inventario muy exacto de todo cuanto vieron, y luego que acabaron me pidieron los volviese al suelo para ir a dar cuenta de su comisión al emperador.

El inventario estaba concebido en estos términos:

«Primeramente en la faltriquera derecha de la casaca del gran hombre montaña (doy esta significación a las palabras qumbus flestrin) habiendo practicado un minucioso registro, no hemos encontrado más que un retazo de tela ordinaria, que puede muy bien servir de alfombra en el salón de respeto de Vuestra Majestad. En la izquierda hemos encontrado un cofre de plata muy grande con su tapadera del mismo metal, la enal no pudimos levantar, suplicamos a dicho hombre montaña que la abriese, y habiendo entrado en él uno de nosotros los comisarios, se halló atollado en polvo hasta las rodillas, de suerte que no dejó de estornudar en dos horas, y el otro en siete minutos. En la faltriquera derecha de su chupa en-