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de conejo forrado con las de otros animales llamados nuhnch, que son muy hermosos, poco menos grandes y de un pelo tan fino que también me servía para hacer medias bastante buenas. Remonté mis zapatos con tablitas bien afianzadas al cordobán, y luego que éste acabó de romperse lo reemplacé con piel de yahou. En cuanto a mi alimento, tengo dicho lo que hacía, y además sacaba miel de los troncos de los árboles, que comía con el pan de avena. En suma, nadie experimentó jamás como yo que la Naturaleza se contenta con muy poco y que la necesidad es la madre de la invención.

- Gozaba una salud perfecta y una tranquilidad de ánimo inalterable. No me veía expuesto a la inconstancia o traición de los amigos ni a los lazos invisibles de los enemigos ocultos. No me tentaba el vergonzoso deseo de ir a hacer la corte a un personaje o a su dama, por conseguir el honor de su protección y privanza. No conocía la necesidad de caucionarme contra el fraude y la opresión. Allí no había soplones, ni se ganaba albricias alevosas, ni menos había policia crédula, loca y mal intencionada. Mi honor no corría el riesgo de verse ajado por acusaciones indignas, ni mi tranquilidad perturbada por conjuraciones perversas. No había médicos ignorantes que me envenenasen, abogados imprudentes que causasen mi ruina, ni autores adocenados que me fastidiasen. No me miraba rodeado de bufones, murmuradores, censuradores, calumniadores, petardistas, rateros, truhanes, jugadores, impertinentes novelistas, espíritus fuertes, hipocondríacos, balbucientes, disputadores, gentes de partido, seductores, charlatanes. Allí nada de comerciantes usureros, nada de bribones afectados, espíritus superficiales, pisaverdes, petimetres aturdidos, espadachines ni borrachos: nada de disolutas, ni bachilleras. No herían mis oídos discursos licenciosos e impíos. La presencia de un pícaro enri-