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se ve un caballo magnífico y suntuoso engendrar jamás un rocín, ni de una yegüezuela nacer un hermoso caballo, como sucede frecuentemente en Europa.

Allí no se conoce el adulterio: la consorte es siempre fiel al marido, como el marido a su consorte.

El divorcio y la separación, aunque permitidos, no ofrecen ejemplar. Los maridos son unos eternos galanteadores de sus esposas, y éstas siempre sus danas. Ellos no son imperiosos: ellas no se ostentan altaneras ni se niegan a lo que el derecho ha conforinado con su constitución.

La castidad recíproca es el fruto de su razón; no del temor, de los respetos ni del capricho. Son castos y fieles, pues por la dulzura de la vida y buen orden prometieron serlo, que es en lo que fundan esta virtud, al paso que miran como un vicio condenado por la Naturaleza la negligencia de propagación legítima en la propia especie y detestan cuanto puede impedirla o retardarla en algún modo.

Crían a sus hijos con un cuidado inmenso: mientras la madre atiende al cuerpo y la salud, el padre vela sobre el alma y la razón. Procuran reprimir en ellos cuanto es posible el ímpetu y fuegos de la juventud los casan sin pérdida de tiempo según lo dicta la razón y los estímulos de la Naturaleza, y entretanto sólo les permiten una concubina que está en la clase de criada y que en el instante que se casan es despedida.

La educación de las houyhnhnms es casi la misma que la de los machos. Sobre este punto me acuerdo que censuraba mi amo de ridículo e imprudente nuestro método, diciendo que la mitad de nuestra especie no tenía otro talento que el de multiplicarla.

El mérito de los machos consiste principalmente en sus fuerzas y agilidad: el de sus compañeras en la docilidad y dulzura. Si una de éstas saca por casualidad cualidades de macho, la buscan un marido