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ciones estériles y esas disputas eternas? El que tiene buenos ojos no tropieza con una razón pura y perspicaz no se debe altercar, y pues vosotros lo hacéis, es preciso que vuestra razón esté cubierta de tinieblas o que aborrezcáis la verdad.

La filosofía de aquel caballo era por cierto admirable. Sócrates no pudo razonar con más juicio. Si nosotros siguiéramos estas máximas, hubiera seguramente en Europa menos errores que los que hay; ¿pero qué sería entonces de nuestras bibliotecas?

¿Qué de la reputación de nuestros sabios y del negocio de los libreros? La república de las Letras no sería otra que la de la razón, y no habría en las Universidades más escuelas que la del sano juicio.

Amanse los houyhnhnms fraternalmente entre sí se ayudan, se alivian y se sostienen recíprocamente. No conciben celos ni envidia de la fortuna de su vecino. No conspira el uno contra la vida y libertad del otro ellos se creerían infelices si cualquiera de su especie lo fuera, y dicen a ejemplo de un antiguo: Nihil caballini a me licnum puto. No hablan mal los unos de los otros la sátira no encuentra entre ellos ni principio ni objeto: los superiores no abruman a los inferiores con el peso de su esfera y autoridad su conducta sabia, prudente y moderada no da jamás ocasión a la murmuración: la dependencia es un vínculo, no un yugo; y el poder, siempre sumiso a las leyes y a la equidad, es respetado sin violencia.

Sus matrimonios son algo más iguales que los nuestros. El macho elige esposa del mismo color que él: un tordillo casará siempre con una tordilla, y así de los demás. No se ve mudanza, trastorno ni degradación en las familias: los hijos son como los padres.

Sus blasones y títulos de nobleza consisten en su figura, en su marca, en su fuerza, en su color: cualidades que se perpetúan en su posteridad, de suerte que no