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ansia para chuparla y de que jamás se ven hartos.

Luego se le ve tan pronto arañarse como acariciarse, aullar, hacer gestos, bailar, revolcarse por el suelo, echarse a rodar hasta que se quedan dormidos en cualquier lodazal.

- Las yahous aparentan rubor y excusas al galanteo de los machos: no sufren caricias a presencia de otros, la más pequeña libertad en público las ofende, las irrita y las exaspera. Sólo cuando ven fuera de camino algún yahou joven bien fornudo, suelen estos castos seres esconderse detrás de un árbol o de una mata sin precaverse de que el yahou la vea, y si las persigue echan a huir mirando siempre hacia atrás, de modo que regularmente llegan ambos a un tiempo al bosque o quebrada más inmediata. Esto basta para que no olvide el sitio de allí adelante, ni él se descuide en concurrir, a menos que a uno u otro le detenga otra aventura igual en el camino, pues la casualidad es común. Ellas, por otro lado, se complacen en verles lidiar, morderse y desgarrarse por sus amores después que han sido la causa de la pendencia; y aunque también son el premio del vencedor, tal vez es para arañarle un poco más o para ser arañadas si se cambia la suerte. He aquí el fin de todos sus amores, pero quieren extremadamente a sus hijos, tanto ellas como los machos, que de buena fe se creen sus padres y les hacen tiernas caricias.

Bien temí que iba Su IIonor a extenderse más sobre las costumbres de los yahous, sin perdonar ninguna de las que por desgracia nos comprenden: sonrojándome anticipadamente, en honor de mi especie, de los infames vicios que reinan entre sus yahous, y que acaso hubieran sido una horrenda imagen del imperio de nuestra disolución: disolución superior a nuestro deleite, en que la Naturaleza misma se busca y no se encuentra, haciéndonos reprehensibles hasta de los brutos.

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