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le acusarían de que echaba a perder el oficio y daba mal ejemplo. En este apuro sólo me quedan dos recursos el primero es ir a buscar al procurador contrario y tratar de sobornarle, dándole el duplo do lo que le ofreció su cliente: el segundo, que acaso os sorprenderá, pero que no es menos seguro, consiste en reencargar a mi defensor que haga ver a los jueces con la menos confusión, que efectivamente la vaca podría muy bien ser de mi vecino y no mía. Entonces los jueces, poco acostumbrados a las cosas claras y sencillas, prestarán más atención a su discurso y sutiles argumentos, hallarán gusto en escucharle, y fluetuando entre el pro y el contra, estarán mejor dispuestos para fallar en mi favor que si se redujese a probarles mi derecho en cuatro palabras.

Es una máxima entre los jueces que todo aquello que ha sido antes juzgado ha sido bien juzgado. Estas sentencias se conservan cuidadosamente en una Secretaria y son las que forman lo que llamamos Jurisprudencia; de suerte que estando calificadas de autoridades, no hay cosa que no se pruebe y justifique con citarlas. Sin embargo, de algún tiempo a esta parte no dan tanta fuerza a la autoridad de cosa juzgada eitan juicios en pro y en contra, y se aplican a hacer ver que los casos no pueden ser jamás enteramente semejantes. He oído decir a un juez muy hábil que las sentencias son para aquellos que las obtienen. Por lo que hace a los demás, la atención de los jueces tal vez se inclina más hacia las circunstancias que al fondo del negocio; por ejemplo, en el caso de mi vaca querrían saber si era roja o negra, si tenía los cuernos muy grandes, en qué campos acostumbraba pacer, cuánta leche daba cada dia, etc. Bien reflexionado todo esto, van a consultar a las antiguas sentencias: a ciertos tiempos saie el proceso al bufete, y el que al fin de diez años está sentenciado no es poeo feliz. También es digno de