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mente versado en la ciencia de la ley: que apenas tenía algún corto conocimiento de la jurisprudencia por mis relaciones y trato con los abogados en el tiempo que les consultaba sobre mis negocios, pero que le enteraría de cuanto alcanzaba en la materia.

-El número-le dije- de los que se aplican a la jurisprudencia entre nosotros, o que hacen profesión de interpretar la ley, es tan crecido que excede al de las orugas, aunque no todos iguales en clase, nombre y distinciones. Como su multitud desmedida hace el oficio poco lucrativo, para sacar siquiera con qué mantenerse, tienen que recurrir a la industria y al manejo, por medio del maravilloso arte de probar en un discurso embrollado que lo negro es blanco y lo blanco es negro.

-¿Son ésos--me preguntó prontamente Su Honor-los que arruinan y despojan a aquellos otros por su habilidad?

-Así parece-le respondí, y ahora os pondré un ejemplo para que podáis comprender mejor lo que os be referido. Supongamos que mi vecino tiene deseos de una vaca mía; al punto va a buscar a un procurador, esto es, un docto intérprete de la práctica de la ley que por la esperanza del premio haga ver que la vaca no me pertenece. Yo me veo obligado a buscar otro yahou de la misma profesión que defienda mi derecho, pues la ley no me permite hacerlo por mí mismo. La justicia es mía y mi derecho innegable; pero me hallo entre dos embarazos insuperables.

Uno es que este yahou mi defensor está acostumbrado toda su vida a defender lo falso, y al verse encargado de defender la verdad pura y clara se halla como fuera de su elemento, sin saber por dónde ha de principiar : el segundo es que, a pesar de la sencillez del negocio que he puesto a su cuidado, debe precisamente embrollarlo para conformarse al estilo de sus compañeros, y alargarlo todo lo posible, porque de otro modo -