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ceros mucho daño; pues por más que hayáis querido exagerarme los efectos terribles de esas guerras crueles en que perecen tantos, yo creo que me habéis drcho la cosa que no es. La Naturaleza os ha dado uba boca chata sobre una cara chata también; yo no alcanzo cómo podéis morderos sino amigablemente.

Vuestras garrás, tanto de los pies delanteros como los de atrás, son tan sumamente débiles y cortas que, sin disputa, un solo yuhou de los nuestros desgarraría a una docena como vos.

Yo no pude menos de menear la cabeza y sonreirme de la ignorancia de mi amo. Como sabía un poco del arte de la guerra, le hice una amplia descripción de nuestros cañones, culebrinas, mosquetes, carabinas, pistolas, balas, pólvora, sables y bayonetas : le pinté el sitio de una plaza, las trincheras, los ataqueslas salidas, minas y contraminas, los asaltos, las guarniciones pasadas a cuchillo. Le expliqué nuestras batallas navales; le representé los gruesos navíos echados a pique con todas sus tripulaciones: otros cribados a cañonazos, destrozados, incendiados en medio de las aguas: el humo, el fuego, las tinieblas, los relámpagos, los clamores de los heridos, los gritos de los combatientes, los miembros saltando en el aire, el mar ensangrentado y cubierto de cadáveres. Luego le pinté nuestras batallas por tierra, en que se derramaba mucha sangre, y en un solo día perecían cuarenta mil combatientes de una y otra parte; y para exaltar un poco el valor y bravura de mis amados compatriotas, le dije que había visto en un sitio hacer volar por los aires con la mayor facilidad un ciento de enemigos, y en un combate naval un número todavía mayor; de suerte que los miembros de tantos yahous dispersos por todas partes parecían una lluvia espesa, formando a nuestra vista un espectáculo muy agradable.

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