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tarle con la frase adecuada, él fué adquiriendo unas ideas generales, aunque imperfectas, de lo que había ofrecido explicarle, y yo llegué al punto de poder seguir una conversación seria y larga. Baste decir que la primera que tuvimos de esta clase fué tal cual voy a referir.

Dije a Su Honor que venía de un país muy distante, como ya había pretendido darle a entender, con otros cincuenta, sobre corta diferencia, de mis semejantes, y que habíamos atravesado los mares en un navío, esto es, en un edificio construído de tablas.

Le describí como pude la forma del navío, y desplegando un pañuelo le hice comprender de qué modo avanzábamos por medio de las velas infladas del viento. Le dije también que con motivo de una pendencia suscitada entre nosotros me abandonaron los compañeros sobre la ribera en que me habían encontrado que por el pronto me había visto perplejo sin saber que país ocupaba, hasta que Su Honor tuvo la bondad de librarme de los villanos yahous que nue perseguían.

-¿Quién fué el que construyó ese navío?-me preguntó; -¿y cómo fiaron su dirección los houyhnhnms de vuestro país a unas bestias?

A esto le respondí que me era imposible satisfacer a su réplica ni continuar mi relación, a menos que me empeñase su palabra y me prometiese sobre su honor y su conciencia no ofenderse de cuanto me ovese que sólo en estos términos podría seguir adelante, y manifestarle con sinceridad aquellas cosas admirables que había ofrecido referirle.

Me aseguró con toda seriedad que no se resentiría de nada, y en esta confianza le declaré que el navío había sido fabricado por criaturas semejantes a mi: que en mi país, y en cuantas partes del mundo habia corrido, éramos los únicos animales dominantes y racionales; que cuando llegué allí me había sorpren--