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pués fue examinando con igual atención todos mis vestidos, tomando pieza por pieza entre su casco y la ranilla, y sin dejar de acariciarme y dar vueltas alrededor de mí, hasta que se creyó bien enterado. Entonces, con mucha gravedad, me dijo que estaba claro que era un verdadero yahou, que no me diferenciaba de todos los demás de mi especie sino en tener las carnes menos duras y más blancas, la piel más suave, nada de pelo en la mayor parte de mi cuerpo, las garras más cortas con alguna diferencia en su figura, y que afectaba andar en dos pies; que no quería ver más y que me vistiese, lo cual le agradecí infinito porque ya principiaba a enfriarine.

Encarecí a Su Honor cuánto me mortificaba dándome seriamente el nombre de un animal tan infame y odioso que me evitase tal ignominia y tuviese a bien encargar lo mismo a su familia, criados y amigos; mas todo fué en balde. También le supliqué la reserva del secreto de mis vestidos, por lo menos hasta que ine viese precisado a renovarlos, y que mandase a su lacayo alazán que no publicase lo que habia visto.

Me prometió el secreto, y con efecto, nada se supo hasta que me vi obligado a buscar de qué vestirme, como diré más adelante. Pero me volvió a encargar que me perfeccionase en la lengua, porque le pasmaba aún más cl oirme hablar y razonar que el verine blanco y sin pelo, y tenía un inexplicable deseo de saber de mí aquellas cosas admirables que le había ofrecido. Esta codicia le hizo dedicarse cada día más a mi enseñanza, y para ejercitarme principió a llevarme consigo a las tertulias, cuidando de que me tratasen con decencia y aprecio, con la idea (según me declaró después en confianza) de suavizar mi humor y hacerme más agradable y divertido.

Tras cada lección siempre me preguntaba alguna cosa relativa a mi historia, y como procuraba contes...n