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que todos estuviesen recogidos para desnudarme, y los vestidos me servían de cobertor. Una mañana envió mi amo a su lacayo alazán a buscarme muy temprano. Yo dormía descuidadamente, la ropa se había caído y mi camisa estaba arrollada. Despertando con el ruido, advertí su turbación, y que se volvía sin evacuar la comisión, verosímilmente a dar parte al amo de lo que había visto. Vestíme al instante para ir a dar los buenos días a Su Honor (que es el tratamiento que ellos usan, como nosotros la Excelencia, Señoría o Reverendisima), y apenas entré me preguntó qué era lo que su lacayo había visto en mí aquella mañana, pues le había dicho que yo no era el mismo dormido que despierto, que tenía otra piel distinta.

A pesar de mis temores, fué preciso descubrirle ei misterio, que no podía llevar más adelante porque además mis vestidos y zapatos se iban destruyendo, y veía próxima la necesidad de tener que recurrir a la piel de algún yahou o de otro animal para reemplazarlos. Respondí a mi amo que en el país de donde procedía todos los de mi especie acostumbraban cubrir su cuerpo con el vellón de ciertos animales preparado con arte, bien fuese por la honestidad y decencia, o bien por defenderse del rigor de las estaciones, y que estaba pronto a hacerle ver claramente esta verdad desnudándome a su presencia, con tal que me permitiese reservar lo que la Naturaleza nos prescribía. A esto no pudo ya disimular su sorpresa, y me replicó pues qué, la Naturaleza nos ha bocho efectivamente presentes vergonzosos, furtivos y criminales? Por lo que respecta a nosotros, nunca nos hemos avergonzado de sus dádivas, ni tenemos reparo en exponerlas a la luz; pero no quiero obligaros.

Me desnudé honestamente por satisfacer la curiosidad de Su Honor, que dió grandes muestras de admiración al ver la configuración de mi cuerpo. Des-