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pondiente con mucha decencia y comodidad: el potro y potranquita, señoritos de la casa, estaban al lado de sus padres, por quienes eran asistidos con particular interés. Yo también fuí de mesa, habiéndome mandado el tordillo que me sentase junto a él, y aun sospecho que habló largamente de mi con su amigo, porque me miraba a menudo y repetía la palabra yahou.

A esto se agregó la novedad de haberme puesto casualmente los guantes, y como notaba la diferencia de mis manos, no sabía de qué modo explicar su confusión y deseo de volver a verlos como antes, hasta que me las desnudé, granjeándome por la docilidad el afecto de toda la tertulia que a porfía se empeñó en perfeccionarme en su idioma, especialmente en los nombres de la avena, leche, fuego, agua y otros de primera necesidad que ya entendía, pero no sabía pronunciarlos, y desde entonces me apliqué a retenerlos en la memoria, valiéndome, como nunca, de esta admirable disposición que la Naturaleza me ha dado para aprender todas las lenguas.

Concluída la comida, el caballo-amo, me llamó aparte y por señas, acompañadas de algunas palabras, nue insinuó su pesadumbre de ver que no comía, ni encontraba cosa que me gustasc. Hlunnh, en su lengua, significa la avena, y aunque al principio no me acomodó, después reflexioné que mezclándola con leche podía proporcionarme un plato regular para mi sustento mientras encontraba la ocasión de escaparme a buscar a los de mi especie. Pronuncié esta palabra dos o tres veces, y al momento dió orden a otra criada, que era una yegua blanca bastante graciosa, de que me trajese una porción de avena en un plato de madera. La hice tostar, como se pudo, la estregué para quitarla la cáscara, la limpić, la molí entre dos piedras, y amasé tortas, que recién cocidas y remojadas en leche, fueron mi alimento.