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lo miraban ya como profano, según las leyes de aquellos pueblos, por cuya razón le destinaban a diferentes usos. Resolvieron alojarme en aquel vasto edificio. Su puerta principal, que miraba al Norte, tenía cerca de cuatro pies de altura, y casi dos de ancho. A cada lado había una ventanita distante del suelo seis pulgadas. Por la de la izquierda pasaron los cerrajeros del emperador noventa y una cadenas semejantes a las que llevan las damas de Europa en sus relojes, poco menos gruesas, y con ellas me amarraron la pierna izquierda, cerrándolas con treinta y seis candados. Frente a frente del templo, al otro lado del camino real, y a distancia de veinte pies, habia una torre que tenía lo menos cinco de altura: allí era donde el emperador debía subir con varios de los primeros personajes de su corte para poder verme con toda comodidad y satisfacción. Los habitantes que salieron de la ciudad, movidos de la curiosidad, useguran que pasaron de cien mil, y a pesar de toda la guardia creo que en diferentes veces hubieran subido sobre mi cuerpo con escaleras, lo menos diez mil hombres, si no lo hubiese prohibido un bando que se publicó por orden del Consejo de Estado. Pero, cuando puse en pie y di dos o tres pasos, fué tan grande la sorpresa del pueblo, que no es fácil expli carla; este alivio debí a las nuevas prisiones que tenían casi seis pies de largo y me permitían hacer un medio círculo.