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el dueño sin embargo, el animal se irritó tanto de verse castigado que, a sus clamores, vinieron más de cuarenta de ellos, haciéndome las muecas más horribles. Tuve que acogerme a un árbol que me guardase las espaldas mientras me defendía con mi espada por delante, y aun así tuvieron la avilantez de subir al mismo árbol y llenarme todo de basura, echando a huir inmediatamente.

Continué mi camino bastante admirado de su precipitada huída sin motivo en la apariencia, hasta que, volviendo la cabeza a la izquierda, vi pasearse con mucha gravedad por un prado un hermoso caballo, que era el que los había ahuyentado. El animal se acercó a mí, paróse, dió algunos pasos hacia atrás y se quedó mirándome con singular atención después me observó igualmente por todos lados dando algunas vueltas, y al ir a proseguir mi marcha me detuvono con violencia, sino de un modo muy comedido.

Al cabo de un rato que estuvimos observándonos mutuamente, quise acariciarle pasándole la mano por ei cuello, silbando y hablándole como suelen hacer nuestros palafreneros; pero el soberbio animal, desdeñando el cumplimiento, arrugó la frente, levantó con fiereza una mano y me hizo retirar la mía demasiado familiar. Al mismo tiempo, príncipió a relinchar con acentos tan variados, que yo llegué á sospechar que hablaba algún lenguaje propio, con sentido acomodado a la variedad de sus relinchos.

Entretanto llegó otro caballo, saludó al primero con mucha cortesía, se hicieron sus cumplimientos recíprocos, y siguieron relinchando de mil modos que parecían formar sonidos articulados. Apartáronse un poco, como para tratar alguna cosa reservada, y de cuando en cuando iban y venían paseándose con mucha gravedad, como dos personas que conferenciasen sobre un negocio interesante; pero sin perderme de vista por si intentaba escaparme.