Página:Viajes de Gulliver (1914).pdf/186

Esta página no ha sido corregida
— 185 —

se, y ver si podía rescatar mi vida por algunas sortijitas, brazaletes y otras bagatelas de que siempre van provistos los viajeros y yo llevaba una cierta porción en los bolsillos.

Descubrí grandes árboles, vastas praderas y caupos en que crecía la avena por todas partes. Caminaba siempre con precaución para no ser sorprendido o herido de algún flechazo; y llegando a un espacioso camino, donde advertí bastantes pisadas de hombres y caballos, y algunas otras de vacas, vi en un campo inmediato un copioso rebaño de animales, dos de ellos encaramiados sobre los árboles. Su figura me pareció extraña, y habiéndose acercado unos cuantos, me escondi detrás de una mata para observarlos mejor.

Una gran cabellera les caia sobre la frente: su pecho, espalda y patas delanteras estaban cubiertas de espeso pelo tenían barbas como los machos cabríos, pero en el resto del cuerpo no tenían pelo y descubrían una piel muy tnorena. Tampoco tenían cola. Usaban de diferentes posturas, ya sentándose sobre la hierba, ya echándose, ya poniéndose en dos pies. Saltaban, brincaban y con el auxilio de sus feroces uñas trepaban por los árboles como ardillas.

Las hembras se distinguían por sus enormes ubres, que algunas arrastraban eran algo más pequeñas que los machos, tenían la cabellera más hermosa y apenas algún poco de vello en ciertas partes de su cuerpo. Los habia de varios colores, morenos, rojos, negros y castaños. Jamás vi en todos mis viajes animal más feo y desagradable.

Habiéndolos examinado a mi satisfacción, seguí aquel camino ancho con la esperanza de que me condujese a alguna barraca de indios; pero en medio de él me detuvo uno de dichos animales haciéndome mil gestos, como extrañando mi figura. Fué a ponerme una mano encima, y yo tirando de la espada le pegué de plano para no herirle, temeroso de que acudiese