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próximos a embarcarse de regreso en un famoso navío de cuatrocientas cincuenta toneladas. Yo hablaba muy bien su lengua con motivo de haber estado bastante tiempo en Holanda cuando pasé a estudiar a Iciden, y así pude sostener perfectamente entre ellos el papel de holandés, respondiendo lo que se me antojaba a las frecuentes preguntas que me hacían accrca de mis viajes dándome amigos y parientes en las Provincias Unidas y fingiéndome nativo de Gelderland.

Siempre conté con pagar al capitán del navío, que era un tal Teodoro Vangrult, lo que me pidiese por mi pasaje; pero, habiendo éste sabido que era cirujano, se contentó con la mitad del precio bajo la condición de ejercer mi profesión en el viaje.

Antes de embarcarnos, algunos de los que me acompañaban estuvieron demasiado impertinentes en preguntarme si había practicado la ceremonia dei Crucifijo. Yo siempre respondía en general que había hecho todo lo necesario: mas, no satisfecho todavía un picaruelo charlatán de ellos, creyó hacer un gran mérito en presentarme al oficial y decirle que no había ultrajado el Crucifijo. El oficial, que tenía orden secreta para no obligarme a tal violencia, le contestó con veinte bastonazos en las costillas, y así logró que no volviese a preguntarlo ninguno.

No ocurrió en el viaje cosa digna de contarse. Navegamos con viento favorable, habiendo anclado en el cabo de Buena Esperanza para hacer aguada, y elde abril dedesembarcamos en Amsterdam, donde volví a embarcarme muy pronto para Inglaterra. Qué alegría experimenté al ver mi patria amada después de una ausencia de cinco años! Fuíme derecho a Redriff, donde encontré a mi mujer y a mis hijos todos con buena salud.