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les en la corte, porque si hubiera encontrado alguno, precisamente me hubiera herido la vista la gloriosa marca impresa sobre su frente.-¿Y cómo añadiel rey, siendo un príncipe tan juicioso, no los emple.en el Ministerio y deposita en ellos toda su confianza? Pero acaso la rigidez de estos viejos le importunaria y daría en rostro a los de su corte. Como quiera que sea, yo estoy resuelto a hablar a Su Majestad en la primera ocasión que se ofrezca, y ya defiera a mi propuesta o la desprecie, no dejaré de aceptar en todo caso el establecimiento que su bondad me ha ofrecido en sus dominios, para pasar el resto de mi vida en la ilustre compañía de esos hombres inmortales, siempre que ellos se dignen sufrir la mía.

Aquel a quien dirigía el discurso, mirándome entonces con una sonrisa que indicaba la compasión a que le movia mi ignorancia, me respondió que se alegraba mucho de que quisiese quedarme en el paíspero que le permitiese explicar a sus compañeros cuanto acababa de oirme; así lo hizo, y siguieron hablando entre ellos un gran rato en su lengua, que para mí era desconocida, ni menos pude inferir por sus gestos y ojeadas la impresión que mi discurso había hecho en sus ánimos. En fin. el intérprete se volvió a mí, y me dijo cortésinente que sus amigos quedaban complacidos de mis juiciosas reflexiones acerca de la fortuna y ventajas de la inmortalidad: pero que deseaban saber qué sistema de vida emprendería y cuáles serían mis ocupaciones y mis miras si la Naturaleza me hubiese hecho struldbrugg.

A propuesta tan interesante contesté que iba subre la marcha a satisfacerles con gusto; que las suposiciones e ideas me costaban poco, y estaba acostumbrado a imaginarine lo que hubiera hecho siendo rey, general de ejército o ministro de Estado. Que respecto a la inmortalidad, había ya meditado taibién alguna vez sobre la conducta que observaría si